
Los Pecadores es más que una historia de terror vampírico, repleta de sustos y de un mucha sangre. Ambientada en el Misisipi de la época de las leyes de Jim Crow, la película de Ryan Coogler rezuma historia del sur de Estados Unidos: una imagen gótica que penetra profundamente en las huellas del dolor, la memoria y la resiliencia de la comunidad negra. Huye del cine lineal, difumina las fronteras entre la realidad y la fantasía, y despierta una memoria cultural que aún perdura en la psique colectiva de los estadounidenses negros.
Rascando la superficie, se descubre una historiografía, un comentario social con múltiples simbolismos centrado en la cultura, el arte, la espiritualidad negra y la explotación racial. Los vampiros actúan como una alegoría de la supremacía blanca, la gentrificación y la apropiación.
Los Pecadores, un horror arraigado en la historia
La historia sigue a dos gemelos, Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan), que regresan a Clarksdale, Misisipi, tras nueve años trabajando con Al Capone en Chicago. En una época en la que la segregación y la explotación racial estaban en su apogeo, con organizaciones como el Ku Klux Klan aterrorizando en pos de la supremacía blanca, los gemelos soñaban con abrir un juke joint —un bar o club para trabajadores negros del Sur—, una esperanza y un santuario cultural para los afroamericanos en un mundo que no les permitía tenerlos.
Dadas las raíces históricas de estos bares de mala muerte en la época de la esclavitud —donde los esclavizados se reunían para comer juntos y socializar—, la trama, incluso si se limitara a establecer este sueño, habría resultado una narrativa cautivadora. Pero Coogler no se detiene ahí; entrelaza el mundo espiritual con el mundo real, ofreciendo un simbolismo tan crudo que resulta imposible pasarlo por alto.

En la noche del estreno, los gemelos convencen a su primo Sammie (Miles Caton), un joven predicador, para que suba al escenario y cante blues, un género musical con raíces políticas y sociales, surgido de las comunidades afroamericanas oprimidas del sur rural de Estados Unidos, más específicamente del delta del Misisipi. Sammie es un talentoso guitarrista con la capacidad de trascender la realidad a través de su interpretación. Con su blues, atraviesa la bruma del tiempo y convoca a los espíritus del arte pasado, presente y futuro. Esta escena única incorpora la historia de la música negra, tocando hilos del pasado y del porvenir por igual.
Su canto también despierta a Remmick (Jack O’Connell), un vampiro irlandés, principal antagonista de Los Pecadores, quien guía a los vampiros sedientos de sangre hacia el juke joint en un intento de reconectarse con sus ancestros gracias al poder de Sammie para trascender el tiempo mediante la música. Esto crea la metáfora perfecta de cómo la música negra ha sido robada y apropiada durante décadas por la cultura dominante.
La explotación racial: el vampirismo como alegoría
Remmick, con la verdadera intención de aprovecharse de los clientes negros y adquirir la habilidad de Sammie, los seduce con un disfraz de libertad: una visión de un mundo libre de los terrores opresivos y los traumas históricos relacionados con el racismo y la segregación. Lo hace hablando de sus traumas y de su dolor. Canta la balada irlandesa del siglo XIX titulada The Rocky Road to Dublin.
Los vampiros en el cine actúan como metáforas —demonios que se alimentan del arte y del trabajo negros— de la apropiación cultural, el terror y la explotación.

El uso de la canción folclórica tradicional irlandesa, que encapsula el sufrimiento, la victimización y la violencia contra el pueblo irlandés, establece paralelismos entre dos comunidades oprimidas. Remmick habla del mismo dolor al que han sido inducidos; habla su lenguaje de rabia, pérdida y resiliencia. Menciona cómo un cristiano le arrebató las tierras a su padre y cómo recuerda lo que es ser expulsado. Sin embargo, Remmick carga con las tragedias de la opresión, transformándose en el mismo demonio que una vez despreció: un vampiro con el deseo sanguinario de esclavizar a los negros. Exige poder y opresión para alimentarse.
El juke joint, santuario para la comunidad negra, se convierte en un campo de batalla sobrenatural. Un lugar para disfrutar y conectar lejos de los horrores del mundo se ve invadido por los mismos horrores de los que intentan alejarse. Los vampiros representan la apropiación cultural, el terror y la explotación. Su vampirismo es una metáfora de cómo la supremacía blanca se nutre de la cultura negra, explotando su lengua, su música, su arte y su alma.
Las mujeres de Pecadores
La representación de las mujeres negras en los medios, especialmente en Hollywood, ha contribuido a su definición y construcción de identidad. Annie (Wunmi Mosaku), curandera hoodoo y ex amante de Smoke, podría haber encajado fácilmente en el cliché de la “mammy” que suele asociarse a mujeres negras con curvas: reducidas a cuidadoras o madres. Sin embargo, mantenerla en el centro de la historia como principal interés amoroso pone el foco en las políticas de deseabilidad y cuestiona la masculinización de las mujeres negras en los medios. Es poderosa, pero profundamente deseada.
Annie también representa la espiritualidad negra. Arraigada en las creencias tradicionales y la cultura afrodescendiente, capta las intenciones de Remmick. A diferencia del arquetipo habitual, no se limita a ser un personaje secundario —la amante sin profundidad del héroe—. Encarna la resistencia y la complejidad. Se enorgullece de su tradición y espiritualidad negras, resistiendo la colonización espiritual impuesta por la iglesia cristiana. Su presencia subraya la dimensión de género de la supervivencia y la resistencia: lleva consigo el legado de sus antepasadas, la memoria y la rabia profunda de las mujeres negras y cómo han seguido resistiendo al sistema social.
En el ambiente racialmente cargado del Misisipi de los años treinta, el personaje de Mary (Hailee Steinfeld) también adquiere un significado más profundo. Según la “regla de una gota”, cualquier persona con un solo ancestro africano era considerada negra. Su doble existencia, como vampiro y humana, puede leerse como una metáfora de la complejidad de la identidad racial y la rigidez de las clasificaciones sociales.
Una oda al arte negro
La música de Los Pecadores llama poderosamente la atención. Un eco inquietante de la historia: el blues invoca la memoria, convoca no solo a los espíritus, sino también al dolor, la rabia y la alegría. Actúa como resistencia, como homenaje a la resiliencia negra. Lo sobrenatural funciona como corriente, como vehículo a través del cual se recuerda el trauma histórico.
Los Pecadores es una experiencia cinematográfica. El simbolismo de los vampiros como extractores culturales se refleja también en la experiencia vivida en América del Sur. Lo sobrenatural se convierte en la lente con la que observar el trauma histórico y cultural. Con una estética gótica sureña, una banda sonora escalofriante y una alegoría sobrenatural poderosa, la película expresa mucho y sostiene el peso de la verdad. Habla de arte, de comunidad, de alegría en conjunción con los terrores del pasado que siguen acechando en el presente.

Reeba Khan
Reeba Khan es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Delhi. Como escritora y estudiante de periodismo, tiene un gran interés en temas de identidad, conflicto y políticas de pertenencia. Escribe para recordar y resistir.

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