lunes, junio 16

Eurovisión y su política racial: por qué no debes ver el festival este año

El Festival de la Canción de Eurovisión se presenta como un escaparate de diversidad cultural y unidad europea, pero la realidad es que su historia revela una profunda falta de representación racial. Desde su inicio en 1956, solo una persona racializada ha ganado el concurso: Dave Benton, un cantante de origen arubeño que representó a Estonia en 2001 junto a Tanel Padar y 2XL con la canción «Everybody». Esta victoria, única en más de seis décadas, subraya cómo las personas racializadas han sido prácticamente invisibilizadas en el festival.


Israel, entre pitidos y banderas de Palestina durante el ensayo de la segunda semifinal de Eurovisión 2025

A lo largo de los años, ha habido algunas participaciones destacadas de artistas racializados. Por ejemplo, Milly Scott, representante de los Países Bajos en 1966, fue la primera persona negra en participar, aunque solo logró la 15ª posición. Más recientemente, Aminata Savadogo, de madre letona y padre de Burkina Faso, logró un histórico sexto lugar para Letonia en 2015 con la canción «Love Injected», y Tusse, joven sueco de origen congoleño, representó a Suecia en 2021 con «Voices», aunque sin lograr la victoria. Sin embargo, estos ejemplos son la excepción en un festival mayoritariamente dominado por artistas blancos.



La edición de este año ha estado marcada por una polémica muy significativa: la participación de Israel. Más allá del espectáculo y la música, Eurovisión se ha convertido en un espacio donde se legitiman regímenes con graves violaciones a los derechos humanos. Israel, con sus políticas de apartheid contra el pueblo palestino, sigue siendo un Estado que excluye y oprime sistemáticamente a millones de personas por motivos raciales y políticos. Que un país con esta realidad pueda competir y ser acogido con aplausos en un festival europeo supone una contradicción flagrante con los valores de igualdad y justicia que proclama Eurovisión.

En la última edición, Israel terminó en una posición intermedia, mientras que España, representada por la cantante Blanca Paloma con su canción «Eaea», quedó en el puesto 17 de 26 países finalistas. Sin embargo, la atención mediática estuvo eclipsada por la controversia política, que puso sobre la mesa la necesidad de cuestionar qué se celebra realmente en Eurovisión.

Este año volvemos a lo mismo. La normalización de la participación de Israel implica ignorar y silenciar el sufrimiento de las poblaciones palestinas, especialmente de quienes sufren el apartheid, la segregación y la violencia estatal. En un contexto donde las demandas por justicia racial y derechos humanos se multiplican, Eurovisión se alinea con un relato que invisibiliza estas luchas.

Eurovisión no debería ser celebrado ni apoyado en estas condiciones. No podemos ser cómplices de un espectáculo que reproduce desigualdades raciales y políticas bajo la máscara de la cultura pop. Eurovisión no merece nuestra atención ni nuestro aplauso mientras no cambie su postura frente a la representación racial y las injusticias políticas que envuelve.

Redacción Afroféminas



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