¡Yo soy igual que tú!
—¡Yo soy igual que tú! —Así me dijo con la mirada la hija de un emigrante senegalés en Italia. Coincidimos en un bar donde todos los que nos rodeaban eran blancos. Negros al fin, nos miramos apenas llegaron ellos. Se sentaron en una mesa justo al lado de la mía: eran cuatro negros en su mesa, un señor, un joven y ellas dos. Ella lucía un precioso vestido rojo que admiré apenas llegó. La otra vestía de sport.
Entre tragos y risas, nadie se atrevió a hablar, pero nuestras miradas se cruzaban a cada minuto. La atracción por el color de la piel era intensa.
Pasado un rato, me fui hasta una trattoria un poco lejos de allí a cenar. Para mi sorpresa, unos quince minutos después de estar sentada, volví a admirar el vestido rojo que entraba al lugar. Todos reímos con la coincidencia y ellos v...